sábado, 28 de noviembre de 2009

Un tren, una vía... distintos destinos

Decidió que era tarde para seguir a su lado. El tiempo se desaneía como el humo de su cigarro, y ella con él...

Cogió las maletas, y cerró la puerta, sin un adiós, nada que anunciese su despedida.

Ya en la calle, la esperaba un taxi.

- Al aeropuerto, por favor -dijo.

Con cada acelerón iba arrancando una de las hojas de su notebook, ese lleno de emociones, sentimientos, ilusiones y futuros inciertos. Claro, junto a él.


El guión había cambiado, sin anticipación alguna se había bajado el telón. La función terminó con la trama a medias, pero ya la daba igual. Pensó que su guía estaba equivocada, y la dejó caer también, por la ventana.

Ya en el aeropuerto se despojó de su pasado.

Fue al baño, se maquilló, tiró su careta y sonrió.

Erguida caminaba por el largo pasillo, se veía el inicio pero no el fin. La daba igual, eso la gustaba, la incitaba... siempre había sido muy curiosa. Y esta vez, no iba a tropezar en el último escalón.


Al otro lado de la cama, él.

Abrió sus ojos, se percató de su ausencia... la buscó en el baño, en la cocina, en el salón... no estaba. Ni una nota encontró, no había un "Hasta pronto", ni un te quiero... ni "Volveré".

Empezó a asustarse, la llamó por teléfono: "Lo sentimos, el teléfono al que está llamando no existe".

- ¿Cómo que no existe? NO puede ser... ¡Margot!, ¡Margot! - retumbaba en cada rincón de la casa.

No podía creerlo, era una pesadilla... corrió a vestirse, y siguió el camino que había dejado su perfume, de los dos.

Varios aviones sobrevolaban ya la pista de aterrizaje. Margot acaba de despegar, y con ella su vida.

En tierra, él, sus desprecios, las huellas que había dejado en su piel, su infierno...


Tantas veces había visto esa película, que se creía protagonista de cada una de sus escenas.

De lleno en su momento de cordura, Margot rompió a llorar. No tenía consuelo, ya no...

Sonó la puerta...

- Toc, toc. - Incansable, incesante...

- Otra vez no, por favor... -murmuraba mientras tapaba su cara con la manta, hecha un ovillo en el sofá.

- ¡Margot! ábreme, soy Antoine.

El temblor de Margot se notaba hasta en las paredes. Se acercó a la puerta, las lágrimas ya asomaban por su lagrimal... sus grises, como el día.

- ¿Pero que coño estabas haciendo, tanto te cuesta abrirme? he perdido las llaves ¡joder! ¿Vengo de trabajar y ya me estás cabreando?

- No, no, Antoine -replicó Margot agachando las orejas hacia el suelo, ahí, donde estaba su dignidad.

Sabía lo que ahora venía, el guión de su vida era repetitivo...

La golpeaba sin cesar, ella no alcanzaba a parar ninguno de sus golpes. La sintonía de cada día se escuchaba por todo el barrio entre el silencio de la noche.

Las luces de los pisos de enfrente se apagaban, igual que los ojos de Margot, desvanecida en el suelo la siguió golpeando hasta que notó que se le iba la cabeza...


La dió una patada apartándola a un rincón.

Se cambió de ropa, lavando las huellas de su grandiosa hazaña, y se acostó como buen campeón.


Era domingo, brillaba el sol de la mañana, y los primeros rayos despetaron a Margot.

Estaba aún en el suelo, helada. El reflejo del sol dejaba entrever la gran gama de colores de su lienzo, iban desde azules a morados chillones...

Fue al baño, se miró al espejo y se echó a llorar... se maquilló tapando las marcas de su infierno y salió como cada día luciendo una gran sonrisa.